
Hay momentos que se escapan del calendario y de la cámara. Instantes mínimos, cotidianos, que nadie sube a Instagram ni anota en su agenda. Pero ahí están. Una hoja que cae en vertical perfecta. Un gato que bosteza como si entendiera todo. El gesto de alguien que espera a otro y sonríe antes de verlo. El vapor que sube del café. La paz de llegar a casa sin prisa.
Este texto es un intento de atrapar algunos de esos instantes invisibles. De recordar que no todo lo importante hace ruido. A veces, lo mejor… pasa cuando nadie mira.
Me interesan las cosas pequeñas. Son las que sostienen el mundo.
María Negroni
La estación
Y siguen. Sin mí y conmigo, las historias que se asoman cada mañana. Las veo llegar, y a otras muchas pasar de largo dentro de un tren que va despacio. Con sus maletas y sus sombreros. Va despacio, pero no tan despacio como para que bajen todas. Que todas tampoco caben en el andén.
–Circulen, circulen. Vayan avanzando, por favor. –dice un controlador del tráfico de historias, haciendo movimientos con sus dos brazos. Es diminuto y lleva un traje gris. Un traje gris de controlador de historias, claro, qué va a llevar.
Y las historias avanzan, obedientes. No muy rápido, no es un caminar veloz, pero no me da tiempo. No tengo tiempo de retenerlas a todas y tampoco de verles bien las caras.
–¿De qué hablas tú? Perdona, ¿tú qué cuentas? –les voy preguntando, tocándoles el brazo para que se detengan un momento.
Pero me miran y sonríen, sin decir nada, sin hablar. Sus caras me dicen que si quiero saberlo que me siente con ellas en la cafetería de la estación.
–Invítame a un café y te lo cuento. –me dice una, guiñándome el ojo.
Y me caen bien. Casi todas. Algunas me dan miedo, para qué mentirme.
–¿Y todas están en mi cabeza? –pregunto al que parece que lleva el orden del incesante fluir de ir y venir.
–A mí no me pregunte, yo sólo estoy aquí para que no haya atascos. Circule, por cierto, vaya circulando. Que hace usted tapón y todo se pega. –me responde, serio, sin apenas mirarme un instante.
Y avanzo. Más por inercia de la riada de historias que me empuja que por obediencia. Y me sentaría con más de dos y más de tres a tomarme un café. Que me cuenten. Pero no tengo tanto tiempo, me digo. Ni tampoco nada suelto, compruebo metiendo las manos en los bolsillos de mi mono floreado de escritora. Igual aquí se pagan los cafés con frases buenas, en lugar de con monedas.
–Pero tienen que ser buenas, ¿eh? No me intente colar esas frases hechas manoseadas por todo el mundo. –me avisa el camarero, alzando la voz tras la barra, sin parar de secar un vaso con el trapo azul.
Y me quedo en medio del andén, cerca de la entrada a la cafetería. Sin saber bien qué hacer o qué decir. Es como cuando llegas a un aparcamiento y está todo lleno de parking disponible. ¿No os pasa, que cuesta más elegir? Que si el de al lado de la pared, pero cuidado con la columna, ahí demasiado lejos de la puerta y aquí demasiado cerca de la curva. Pues eso, tantas, tantas, tantas historias hay, que me quedo sin saber cuál elegir.
Termino sentada en un banco con una mujer de cabello rizado parlanchina que me cuenta que son muchas historias, viajando juntas. Que dónde vamos a ir a parar. Que desde que llegó el taller de Ana Haro, la situación se les ha ido de las manos. Demasiadas historias, muy diferentes, todas hablando a la vez. Que en la estación les falta personal, que nadie quiere ser controlador de historias porque son muy poco obedientes. Cada vez menos. Y ahora que llega el verano, ya verás. Tendrán que ampliar el tren, añadir vagones.
Y yo, me quedo sentada mirando al frente, sintiendo el frío de la mañana en mis tobillos descubiertos. Que este mono floreado de escritora sólo llega hasta las pantorrillas. Y te gusta, ¿llevar las uñas amarillas?, oigo preguntar a mi abuela en mi cabeza. Sonrío, cuando una voz en el altavoz anuncia que es la hora.
–Señoras historias, hora del paseo matinal con Cala. Abandonen la estación. Vamos a cerrar.
Y todo el mundo se afana por ir hacia la salida, ¿hacia sus casas? No sé dónde irán. Que la vivienda está fatal. Estoy por avisarles. En casa tampoco cabéis todas. Pues nada, hasta mañana, supongo. Qué crisis más histórica.
Y me digo que tal vez mañana me levante un poco antes, con suelto en los bolsillos y alguna frase buena lista para gastar. Que igual me da tiempo a sentarme con una de ellas. O con dos. Y escuchar sin prisa, sin tener que cerrarlo todo con un punto final.
Porque a veces —y solo a veces— basta con quedarse en el andén,
mirando cómo pasa la vida…
y saludándola con la mano.
See you soon and happy reading!