Superposición del sitio

Bolsillo escritos. Resulta que aún había sitio para más.

Por donde paseo por las mañanas, antes de escribir. Menorca, noviembre, 2024.

Hace días que me ronda una idea. Creo que todos deberíamos darle una oportunidad a aquellas ideas que nos surgen. Aunque parezcan un poco locura o nos pueda dar algo de vértigo. Estoy segura de que, en esas situaciones, son en las que crecemos. Puede que algunas veces, nos equivoquemos y no sean tan magníficas como parecían en un principio. Pero oye, sólo pueden liarla quienes lo intentan. Y sólo estos, también, podrán tener éxito.

Que me quiten lo bailao’

Miguel Bucino

Escribiendo…

Me encanta escribir. Cuando era pequeña escribía un diario. Era una libreta verde esmeralda con la Sirenita en la portada y un candado de plástico para poder cerrarla. Más adelante, escribía cuentos y pequeñas historias acompañadas de dibujos. Cuando fui más mayor y tuve mi primer ordenador, seguí escribiendo. En hojas word. Era un ordenador de estos gigantes de sobremesa. Con su caja, su teclado y su monitor con culo incorporado. Todo con cable y de ese color blanco ala de mosca.

La cuestión es que me gustaba escribir. Mis preocupaciones, mis deseos, historias inventadas con personajes reales o ficticios. Como en el libro del orden que leí de Marie Kondo no hablaba de deshacerse de los archivos digitales, estos todavía los tengo. En la nube y en discos duros. Me pregunto en qué caja de la mudanza deben estar.

Compartiendo…

Voy a ir al grano de una vez. He pensado que podía dedicar un bolsillo de mi mochila a compartir contigo alguno de esos textos. Por si te inspiran, te gustan, te divierten o te plantean preguntas.

Que igual sólo terminan leyéndolos mi familia, mi chico y mis amigas (Vos estim!!). Pero oye. Pues va por ellos. Que comparten conmigo cada locura que se me ocurre y me animan a no dejar de inventar. Y si tú no estás en ninguno de esos grupos y estás aquí. Gracias por leer(me).

Mehari beige

Y la siento llegar. La calma. Se posa entre mis pies, tranquila. No hay prisa. Ya no. De lejos juraría que se oye el mar. Las olas que se pasean por la superficie, hasta la costa rocosa. Espumosas. Y frías. Octubre ha llegado a mi vida con cambios de marcha. Reduciendo. Sin frenazos bruscos ni cambios de dirección. La vieja furgoneta sin dirección asistida y con la pegatina azul de la ITV del 2016, se ha transformado en un mehari beige. Sin ventanas. Con sus puertas bajas y sus ruedas finas. Un coche que no es para correr. Ni falta que hace.

Déjame olerte. Por primera vez, de nuevo. Oler tu pecho y oler tu pelo.

El reencuentro

Encontrarte. De nuevo. Tras todo este tiempo. Sentir que vuelven a ser nuestras. Las risas, la vida, la paz. Como si nada hubiera cambiado. Las mismas personas. El mismo lugar.

Que se transforman los segundos y las horas. Ahora se acelera. Ahora se congela. El reloj. Mi pulso.

Me acerco a saludarte. Iba a darte dos besos y tú me sorprendes con un abrazo. Mejor. Puede que si no mis labios hubieran buscado los tuyos. Como por inercia. En esa ruta automática aprendida durante más de seis años. Me siento casa en tus brazos. Noto tu pecho y su calor. Tu barbilla apoyada en mi hombro. Mi mejilla y mis labios, que al separarme rozan tu oreja derecha. Estoy tentada a susurrarte que te echado de menos. Me callo. Creo.

Nos miramos a los ojos y vuelvo a perderme. En ese verde. Tu pupila se dilata. Me enciendes por dentro. Lo noto. Tu calor, en mi cuerpo. Palpito. En mis sienes. En mi pecho. En mis muñecas. En mi sexo.

Mi corazón está por todas partes. Incluso lo noto en mi garganta. Impidiendo que articule palabra. No hace falta. Intuyo que estás igual. Te leo. Como solía leerte. Comiendo un plato de arroz de conejo y alcachofas. Abriendo los ojos un domingo por la mañana. Todavía temprano. Todavía en la cama. Te leo como cuando te leía la mirada. Perdida en el mar. En nuestra cala. Lejos del mundo. Y de su ruido. Con las olas rompiendo en las rocas a nuestros pies. Con su estruendo saliendo amplificado por los agujeros en la cueva natural. Con los rayos de sol multiplicándose en el mar. Con mis piernas, aleteando para no hundirme. Abriéndolas para asirme a tu cuerpo. Encajando. Entre la sal, los peces. Notando tu piel en la mía. Mi pelo mojado, corto, flotando en el mar.

-¿Qué tal estás? –me preguntas, devolviéndome a esta calle empedrada.

Y yo sigo en la cala de rocas. Sigo en tu abrazo, caliente. En el agua, fría de septiembre. Sonrío. En la cala, entre tus brazos. Y aquí, en esta calle del centro.

¡Nos leemos!

1 comentarios en «Bolsillo escritos. Resulta que aún había sitio para más.»

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